28/9/07

Desventuras de un niño bueno

"Ok, no te preocupes. Mañana vienes temprano a las ocho y terminas de hacer el presupuesto. Es urgente". ¿Qué no me preocupe? ¿Mañana a las ocho de la mañana? ¿Es urgente? ¿What...?

Ocho de la mañana y el insomnio habitual de estos mis días me tenía como mosca pegada a una telaraña, que era mi cama. Repasé en mi memoria la conversación telefónica del día anterior con mi jefa. Mmm...urgente. ¿Es urgente o me quiere fregar? Hacer el presupuesto no estaba dentro de mis obligaciones. Pero ¿cuales eran mis obligaciones?Llegué allí con la finalidad de hacer mis prácticas periodísticas. Me sentaron detrás de un escritorio. Teléfono, libreta y lapicero en mano, trataba de convencerme que fungía de relacionista público. Luego me di cuenta que con falda y peluca era una perfecta secretaria. Me pusieron el parche diciendo que hacía "prensa institucional". Sin embargo, el traje de "secre" seguía intacto en mi.

Además de "secre", también fui mensajero. Sí, mensajero. Traté de convencerme que llevaba informaciones muy importantes. Y encontré una relación estúpida entre llevar mensajes y mi vocación de periodista. "El periodista transmite mensajes, no?" Esa fue la segunda frase de convencimiento y de animo para no abandonar.Luego de observar mi disposición para hacer todo tipo de cosas, mi jefa se tomó la confianza y libertad de mandarme a comprar chocolates y "chicle de huevito". No me molestaba para nada ir a comprar ese tipo de cosas. Es más, el solo hecho de salir de la oficina me tranquilizaba un poco. A veces preguntaba si había que sacar alguna copia o dejar algún documento. Si me daba un no por respuesta me refugiaba detrás del escritorio y me ponía el traje de secretaria.

Solía llegar a las once de la mañana y salir media o una hora después de la hora que debía. Un "documento de vida o muerte" no podía esperar, y el yo mensajero siempre estaba allí para resolver cualquier problema. ¿Super mensajero o super huevón? Sea como sea lo hacía de buen animo, sin renegar luego de cruzar la puerta y lucir mi super capa. Papel en una mano, la otra sosteniendo un cigarro y con Drexler en los oídos (mP3), salía feliz a cumplir mi ¿labor periodística?

Aquel día después de la llamada telefónica en la que mi jefa me aseguraba que hacer el presupuesto era urgente, logré zafarme de las sabanas devoradoras de mensajeros y secretarias. Llegué ocho y media aproximadamente y me senté a redactar el "bendito" presupuesto. Terminado el trabajito me dijeron: "La reunión para presentar el presupuesto es a las cuatro".

Cada fin de mes durante el tiempo que estuve trabajando allí la idea de renunciar rondaba por mi mente. Luego se desvanecía cuando la cara de mi mamá aparecía para decirme que por qué ya no estaba trabajando. La razón más valedera para continuar era que necesitaba mi certificado de prácticas pre-profesionales. Si el profe se enteraba de como eran mis prácticas, me jalaba. No tenía ninguna duda respecto a eso.

El fin del mes de Julio llegó y la idea de renunciar aún no brillaba tanto como los anteriores meses. El jueves, día del presupuesto, transcurrió rápido. Una cena con orquesta incluida se organizaba en la cafetería con motivo del día del trabajador de la institución. Y sin saberlo, ese sería mi último día de trabajo. Días después renunciaría por teléfono con una excusa escasa de argumentos.

Me gusta pensar que mi despedida fue a lo grande, con orquesta y comilona.Mañana amaceré como un desempleado más. Sin trajes de secretaria o mensajero. Se sentirá raro, extraño, diferente. Pero no más como un afanoso, diligente y tonto prácticante de periodismo.