25/10/07

De como un camino de gotas me llevaron al pasado

Una de la madrugada y a pesar de que ya he bailado varias veces con el propósito de alejar de mi estómago la sensación de nausea, no lo he logrado. Sentadito en el sofá, casi recostado, apoyando mi cabeza sobre el respaldar y con las luces apagadas, he olvidado el cigarro que tenía en la mano y que ahora luce casi extinto. Miro las cenizas regadas en el suelo. Centímetros más allá, unas gotitas de cerveza, derramada por algún otro borracho, se suceden una tras otra. Mi mirada persigue el camino zigzageante de las gotas que me lleva y se detiene en un par de zapatitos rosas.

Un merengue medio añejo me hace recordar mis dos pies izquierdos mientras sigo viendo el otro par de piecitos frente a mi. "Sube la mirada Martín" me repito a mi mismo. El alcohol sube más rápido a mi cerebro y le sugiere que si levanto la vista podría ver doble y hasta triple.

-Oe tío, que fue? -me dice Javicho sin notar mi aspecto verdusco.
-Naaa..., todo tranqui -le digo sin despegar la mirada de los zapatitos rosa.
-De una, el que termina último se pone una jarra más -me dice mostrándome los dos vasos de chela que trae en las manos.

Mi cerebro emite una señal de alerta general en todo mi cuerpo. Pero la garganta seca y mi fama de duro para el trago me hacen extender la mano, siempre con las cabeza gacha. Tomo el vaso y veo en su interior ese líquido dorado que terminará de mandarme a la mierda. Glup, paso saliva y desaparezco la cerveza en 4 segundos. Va recorriendo mi garganta igual que mi mirada por las gotitas de cerveza. Ahora cheko las tabas rosa y un poquito más arriba una malla negra cubre unas piernas blancas orgullosas de su forma. Ella se para y sus dos piernas se ponen en movimiento y en camino... ¿ Hacia mi? ¿Leyó mis pensamientos o el último trago tenía burundanga? La luz tenue, mi pésima vista y el alcohol en mi venas, no me permite ver con total claridad su rostro.

-Hola...tiempo sin verte -me dice mi ex.

No la veo hace mil años. (mi ex, no la otra cuestión)

5/10/07

Debajo de la carpa no hay un circo, sino una combi

A lo lejos veo el carro que me llevará a mi destino o a la muerte. Espero no estar destinado a la muerte en ese carro. La vista me falla en distancias largas y se me hace difícil reconocer el numerito aquel que sirve de identificación de la combi. Me ayuda mucho el cobrador que viene gritando su ruta colgado de la puerta. Una suerte de acrobacia por la velocidad y frenadas en seco que da la combi. Para complicar su acto, alza una mano tratando de captar mi atención. Ya sé que ese es el carro que debo tomar, pero quiero saber si el cobrador se cae o no antes de llegar a mi, así que no le hago ninguna seña. Cuando el carro se detiene junto a mi lado luego de cerrarle el paso a otro que también pensaba recogerme, pienso y casi confirmo que el cobrador ha estado en una escuela de malabarismo. Luego me daría cuenta que en una de payasos también.-Habla ¿vas?- me dice, y el chofer aprovecha para dar una cabeceadita, cortísima pero lo suficientemente reconfortante como para pisar a fondo el acelerador otra vez.

Toda combi tiene una personalidad otorgada por el chofer y en menor medida por el cobrador. Más que nada, estas personalidades se basan en la música. Las hay chicheras, de antaño, salseras y reggaetoneras con luces de discoteca incluida. Escasean ya las informativas mañaneras. A mi me tocó una sin música y con la personalidad adormilada y cabeceando. Recién llevo unos minutos sentado y el cobrador hace sonar sus monedas, señal de que quiere que le pague el pasaje. Mostrarle el carné universitario y decirle: “medio”, sería inútil. “Acá no hay medio” recibiría por respuesta y llegaría a mi destino con la presión alta y cara de asesino. No soy el único universitario en la combi. Todos tienen sus carnés guardados, para sólo sacarlos al entrar a la universidad. Y también, todos, llevan por dentro la amargura que es la dictadura de estar dentro de una combi. El cobrador malabarista recibe mi sol e inmediatamente bache, salto y golpe en la cabeza contra el techo. La secuencia se repite unos minutos más y no se necesita música para que los pasajeros se muevan durante todo el trayecto. El cobrador feliz de aumentarle dificultad a su acto, y el chofer ve cada semáforo como almohada verde, roja y ámbar.

Dos personas en el paradero hacen señas eufóricas como si quisieran ser rescatadas. La combi para y los dos individuos suben muy sonrientes y sudorosos. Son los amigos del cobrador. Se saludan entre risas y se sientan a su lado, es decir, en el asiento reservado. Empiezan una conversación sobre la pollada del sábado pasado. Todos los pasajeros nos enteramos de las peleas que ocurrieron, sus motivos, que fulanita se fue con mengano muy acaramelados y demás chismes. La historia es sazonada con “ajos”, “ya pe´”y risotadas escandalosas. El rostro de la señora sentada a mi lado se debate entre el desprecio y la asquerosidad mirando a esos tres individuos que hicieron de la combi la esquina de un barrio cualquiera.A la velocidad que va la combi ya no distingo quién es el que corre. Parece que fueran las calles las que huyen despavoridas al ver el monstruo metálico que pueden llegar a ser las combis. Me la imagino estática esperado enguir alguna víctima de la prisa.

Allí viene una, y es una anciana. El cobrador la ayuda a subir, pero su cortesía tiene límites, y no son muy amplios. Prefiere la amistad a la educación, no les dice nada a sus compañeros del asiento reservado y las carcajadas siguen. El “al fondo hay sitio” ya no lo puede utilizar, el carro está repleto. La señora sentada a mi lado encuentra la excusa perfecta para descargar toda su molestia. No se calla nada. Veo como su boca se abre gigante para soltar términos como: “malcriados”, “maleducados”, “borrachos” y “ay, Dios”. Los ojos los tiene como balas que apuntan hacia el enemigo. Y el enemigo le da la espalda, no la escucha, simplemente no existe. El cobrador voltea, me mira y dice “asiento para la señora por favor”, y luego pasea su vista por los demás pasajeros. Confirmado, el cobrador fue a una escuela de payasos también. Veo mi paradero. Esquina baja.