
Toda combi tiene una personalidad otorgada por el chofer y en menor medida por el cobrador. Más que nada, estas personalidades se basan en la música. Las hay chicheras, de antaño, salseras y reggaetoneras con luces de discoteca incluida. Escasean ya las informativas mañaneras. A mi me tocó una sin música y con la personalidad adormilada y cabeceando. Recién llevo unos minutos sentado y el cobrador hace sonar sus monedas, señal de que quiere que le pague el pasaje. Mostrarle el carné universitario y decirle: “medio”, sería inútil. “Acá no hay medio” recibiría por respuesta y llegaría a mi destino con la presión alta y cara de asesino. No soy el único universitario en la combi. Todos tienen sus carnés guardados, para sólo sacarlos al entrar a la universidad. Y también, todos, llevan por dentro la amargura que es la dictadura de estar dentro de una combi. El cobrador malabarista recibe mi sol e inmediatamente bache, salto y golpe en la cabeza contra el techo. La secuencia se repite unos minutos más y no se necesita música para que los pasajeros se muevan durante todo el trayecto. El cobrador feliz de aumentarle dificultad a su acto, y el chofer ve cada semáforo como almohada verde, roja y ámbar.
Dos personas en el paradero hacen señas eufóricas como si quisieran ser rescatadas. La combi para y los dos individuos suben muy sonrientes y sudorosos. Son los amigos del cobrador. Se saludan entre risas y se sientan a su lado, es decir, en el asiento reservado. Empiezan una conversación sobre la pollada del sábado pasado. Todos los pasajeros nos enteramos de las peleas que ocurrieron, sus motivos, que fulanita se fue con mengano muy acaramelados y demás chismes. La historia es sazonada con “ajos”, “ya pe´”y risotadas escandalosas. El rostro de la señora sentada a mi lado se debate entre el desprecio y la asquerosidad mirando a esos tres individuos que hicieron de la combi la esquina de un barrio cualquiera.A la velocidad que va la combi ya no distingo quién es el que corre. Parece que fueran las calles las que huyen despavoridas al ver el monstruo metálico que pueden llegar a ser las combis. Me la imagino estática esperado enguir alguna víctima de la prisa.
Allí viene una, y es una anciana. El cobrador la ayuda a subir, pero su cortesía tiene límites, y no son muy amplios. Prefiere la amistad a la educación, no les dice nada a sus compañeros del asiento reservado y las carcajadas siguen. El “al fondo hay sitio” ya no lo puede utilizar, el carro está repleto. La señora sentada a mi lado encuentra la excusa perfecta para descargar toda su molestia. No se calla nada. Veo como su boca se abre gigante para soltar términos como: “malcriados”, “maleducados”, “borrachos” y “ay, Dios”. Los ojos los tiene como balas que apuntan hacia el enemigo. Y el enemigo le da la espalda, no la escucha, simplemente no existe. El cobrador voltea, me mira y dice “asiento para la señora por favor”, y luego pasea su vista por los demás pasajeros. Confirmado, el cobrador fue a una escuela de payasos también. Veo mi paradero. Esquina baja.
1 comentario:
las combis asesinas merodeando lima ahora tambien con carpa.
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